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El robo de la democracia (II). Un ejemplo de Euskal Herriak: Bizkaia

Posted in Anarkismoa, Euskal Herria, Gizartea, Jatorrizko herriak - Pueblos originarios, Oroimen historikoa, Politika with tags , , , , , , , on 2013/03/10 by aselluzarraga

(Euskara)

Siguiendo el hilo iniciado en el artículo anterior, y para ver lo explicado en él a través de un ejemplo cercano, observaremos el lugar y la evolución que cada modelo político ha tenido en Euskal Herriak, aunque sea sólo a modo de borrador, puesto que daría para largo analizar todo ello en profundidad y detalle. Sin embargo, en primer lugar recordaremos en qué consisten los sistemas políticos principales definidos en todos los textos de filosofía política hasta el s. XIX. Así, desde La República de Platón hasta El contrato social de Rousseau, se distinguieron, en lineas generales, tres sistemas políticos fundamentales: la democracia, la aristocracia y la monarquía.

La democracia es el gobierno a través de la asamblea conformada en igualdad por todxs lxs ciudadanxs (o todxs los que son consideradxs tales) que forman una sociedad, sin ningún tipo de representación. A lo largo de la historia, han existido distintos tipos de democracia, unas de mayor y otras de menor calidad. Así, el derecho a participar de la asamblea puede estar limitado, tal y como sucedía en la Atenas de ciertos períodos, cuando algunas personas (en tal ejemplo las mujeres, los esclavos y los extranjeros) quedan apartadas del sistema de decisión, o pueden estar abiertas a todxs lxs que conforman el pueblo. Por otro lado, las decisiones pueden tomarse por votación y, por tanto, a través del juego de mayorías y minorías, como se hacía en la propia Atenas, o pueden tomarse por consenso de toda la población, como ha sucedido y sucede en numerosas sociedades, tal y como ha estudiado el antropólogo David Graeber. En cualquier caso, en las democracias no hay jefes formales (otra cuestión es que las riquezas y otros criterios clasistas o militares puedan romper esa aparente igualdad y que existan poderes ocultos) y prevalece la horizontalidad, a la hora de discutir y decidir sobre los problemas y retos de la sociedad. Al mismo tiempo, cada cual tan solo habla y decide en su propio nombre. Para llevar a cabo las decisiones de la asamblea pueden existir cargos públicos, y tales cargos públicos pueden ser elegidos por la propia asamblea, rotatorios o decididos de otras diversas formas.

La aristocracia es el gobierno a través de la asamblea constituida por unxs pocxs, una minoría, de lxs ciudadanxs que forman una sociedad, y tal asamblea representa al resto de la ciudadanía y su voluntad. Lxs aristócratas que conforman la asamblea pueden ser elegidxs por todxs lxs ciudadanxs o nombradxs por sorteo o, cuando tal sistema degenera, pueden obtener carácter hereditario. También pueden existir restricciones para ser candidatx, como poseer un mínimo de riquezas, pertenecer a una clase concreta o a ciertas familias, ser miembro de algún partido legal, etc. Una vez nombrados los miembros de la asamblea, tan solo ellos tienen derecho a discutir y decidir sobre las medidas que le serán impuestas al pueblo, y en muchos casos es esa misma asamblea la que elegirá los cargos públicos u otras instituciones que deberán hacer cumplir sus decisiones.

La monarquía es el gobierno de unx solx de entre todxs lxs ciudadanxs que forman una sociedad. La cabeza de gobierno puede ser elegida por la ciudadanía, o puede basarse en el “derecho” de guerra o de herencia, entre otras formas. Así que, todos los sistemas con una sola cabeza de gobierno, aunque tal cabeza sea electiva, son monarquías (diga lo que diga la Wikipedia en castellano).

Sin embargo, la mayoría de modelos que se han conocido a lo largo de la historia son mixtos, como vimos en el artículo anterior. Si nos fijamos en los gobiernos que existen también hoy en el mundo (hay que recordar que siempre me refiero al sistema formal, puesto que otra cuestión es detrás del sistema aparente quién detenta el poder real), veremos que la mayoría son mixtos. Así, por ejemplo, en España, en el máximo nivel, existen dos instituciones monárquicas, el rey y el presidente, y dos instituciones aristocráticas, el Congreso y el Senado (algo similar sucede en Japón, Suecia, Noruega, Bélgica, Dinamarca…). En la Comunidad Autónoma Vasca y en la Comunidad Foral Navarra, también en el máximo nivel -dejando a un lado los niveles superiores citados anteriormente- tenemos una institución monárquica en cada una, ambos lehendakaris, y una institución aristocrática en cada una, los dos parlamentos, y el mismo modelo se repite hacia abajo, en los gobiernos provinciales (el diputado general es una institución monárquica y las Juntas Generales aristocrática) y en los gobiernos municipales (el alcalde es una institución monárquica y el pleno municipal aristocrática). En Francia, Italia o Rusia, por ejemplo, existirían dos instituciones monárquicas, el presidente y el primer ministro, y, si no me equivoco, dos instituciones aristocráticas, los congresos y los senados. En Estados Unidos, Colombia, Venezuela, Ecuador, Argentina, Perú, Chile… algo parecido, una institución monárquica, el presidente de cada lugar, y dos instituciones aristocráticas, los congresos y los senados (si existieran en todos ellos algo así, ya que no conozco el funcionamiento de todos). En China, Vietnam, Laos, Corea del Norte, Cuba, o la antigua Unión Soviética, por ejemplo, existe una institución monárquica, los presidentes, y otra institución aristocrática, las asambleas formadas por los miembros de cada Partido Comunista. La diferencia estriba en que para para poder participar de las instituciones aristocráticas se debe entrar a formar parte de uno de entre varios partidos políticos o de un solo partido, dicho de forma muy simple, dejando de lado si las macropolíticas y micropolíticas de unos y otros nos gustan más o menos. Con posibles excepciones, y con posibles singularidades, encontraremos algo similar en los sistemas de gobierno formales de la mayoría de los Estados del mundo. En algunos casos, para ser parte de la aristocracia habrá que integrarse en algún partido y lograr votos, en otros habrá que ser un alto cargo del ejército, o miembro de máximo nivel de un clan, casta, linaje o religión, o se mezclarán varias de esas características. Para ser monarca, en cambio, se le llame al cargo de cabeza de gobierno rey, príncipe, generalísimo, führer, duce, comandante, emperador, papa, dalai lama, presidente, lehendakari, diputado, alcalde o, echando atrás en la historia, duque, señor, califa, faraón…, de forma parecida a lo anterior, el cargo sera elegido por lxs ciudadanxs con derecho a voto, o escogido por un grupo reducido, o se logrará perteneciendo a una determinada familia.

Sin embargo, ¿dónde están las instituciones democráticas en todos esos lugares? En el mejor de los casos, en las asambleas de vecinos y pueblos que aún sobreviven, aunque en la mayoría de los casos sus competencias sean nulas. De modo que, como se ve, el ansia principal de los sistemas actuales ha sido hacer desaparecer cualquier vestigio de democracia, desde el s. XIX en adelante.

Por otro lado, es interesante y significativo fijarse en nuestra realidad cercana y analizar qué espacio y evolución han tenido las instituciones democráticas, monárquicas y aristocráticas en Euskal Herriak. Sin embargo, para hablar de ello conviene aclarar un asunto relacionado con la lengua. En la evolución de las lenguas, lo más habitual ha sido dar nombre a los elementos extraños o extraordinarios antes que a los más habituales. En euskera eso se ve claramente. Así, el aire, aunque lo respiremos a diario, es invisible, nos rodea en todo momento y, por ello, es más difícil percatarse de la existencia de un elemento como él. Por tanto, no es de extrañar que el euskera no creara palabra alguna para el aire y que, por ello, la debiera tomar del latín. El aire lo sentimos cuando se mueve de forma perceptible, y así tenemos la palabra “haize”, “viento”; lo que lo ensucia también se ve fácilmente, y así también tenemos la palabra “ke”, “humo”. Al parecer, algo similar sucedió en nuestra lengua con los conceptos de paz y guerra. La primera era el estado natural, cotidiano, el que no se veía y, por tanto, el que no necesitaba de un nombre. Por ello, debieron llegar lxs romanxs para que lxs vascxs tomaran de ellxs esa palabra. La guerra, por el contrario, no debía ser habitual, y para esos raros momentos en que surgía sí, lxs vascxs crearon su palabra, “guda”. Por cierto, que esa realidad niega de raíz la teoría que Hobbes ideara para justificar la necesidad del poder absoluto, según la cual el estado natural del ser humano habría sido el de guerra de unx contra todxs. Está claro que la guerra siempre ha sido la excepción, más aún antes de que fueran creados Estados y estructuras fijas. Como en seguida veremos, esta reflexión no es gratuita.

Y es que, según lo poco que podemos saber de la historia antigua, lxs vascxs, mientras vivieron en paz, no crearon estructuras jerárquicas y, según todos los indicios, la organización de sus pequeñas comunidades era horizontal, democrática, siendo las asambleas igualitarias formadas entre todas las personas que conformaban cada comunidad su más antigua y natural institución. Sin embargo, cuando sentían una amenaza militar exterior, para su defensa, se preparaban para la guerra y, en tales ocasiones, y mientras durara la amenaza, elegían al “buruzagi” o jefe, institución monárquica de carácter temporal. Era lo que en latín se denominaba primus inter pares, es decir, el primero entre iguales. Su autoridad desaparecía junto con la guerra. Tales costumbres han estado extendidas durante largo tiempo en muchos pueblos. Así que, la organización original, en el estado habitual, era democrática y no existían instituciones aristocráticas o monárquicas, siendo la última una excepción temporal.

En la medida en que se multiplicaron las amenazas exteriores y se alargaron las situaciones de guerra, la institución monárquica comenzó a estabilizarse, hasta constituirse el Ducado de Vasconia primero y el Reino de Iruña o Pamplona después. Aún así, el jefe que imitando las culturas estatistas del entorno fue llamado primero duque y luego rey, en un comienzo fue elegido por la población, empujada por la necesidad, y, con el correr del tiempo, se basó en la herencia, tal vez porque elegir traía inestabilidad, quizá por pura apatía. Sin embargo, fue el primer paso para que el pueblo perdiera su soberanía. Aún así, en los pueblos, en la vida cotidiana, las instituciones políticas principales siguieron siendo las asambleas o concejos abiertos, es decir, las instituciones democráticas -desconozco si alguna vez las decisiones se basaron en el consenso general o si siempre se tomaron por votación, pero es el segundo modelo el que nos ha llegado-.

Además, para coordinar a los pueblos entre sí, en todos los territorios de Euskal Herriak comenzaron a conformarse las Juntas Generales. En Bizkaia llegaron a existir tres, la de Bizkaia, la de las Encartaciones y la del Duranguesado. En cualquier caso, en un comienzo, las Juntas Generales también se formaron para que fueran una institución democrática. En ellas, en el caso vizcaíno (de otra manera se hacía en otros territorios), cada pueblo tenía un asiento, un voto, pero el representante que acudía no tenía derecho a tomar sus propias decisiones. Por el contrario, los temas a decidir en Juntas Generales eran previamente discutidos en cada asamblea local, y los representantes debían llevar el voto o la opinión ordenada por esas asambleas populares. Así que, fundamentalmente, puede decirse que eran portavoces, en un foro de coordinación. Aún con todo, no faltaron intentos de transformar esa situación para que algunas personas consiguieran el control sobre las Juntas Generales, como cuando se estableció que los representantes enviados a las Juntas Generales obligatoriamente debían saber castellano, para dejar fuera de todas las decisiones a los pueblos pequeños que carecían de castellanohablantes.

Del mismo modo, en Bizkaia también se estableció con el tiempo una institución monárquica, el Señor de Bizkaia, convirtiendo el territorio en Señorío. Sin embargo, su poder era limitado, ejecutivo, y no legislativo, ya que las leyes las seguían decretando las Juntas Generales, y el Señor debía jurar los fueros, es decir, las leyes dadas por el pueblo a sí mismo, para ser aceptado como Señor.

En la medida en que los intentos de invasiones y ataques se hicieron habituales, los linajes o familias que tomaron gusto a la guerra, aquellos a los que dirían parientes mayores o nobles, se fueron fortaleciendo y también llegarían las luchas entre ellos para hacerse con el control de las tierras y los pueblos, las guerras de bandos. De esta manera, los principales enemigos de la democracia y de la propiedad comunal comenzaron a acumular poder; era la casta militar, como en otros muchos lugares de Europa. Esa situación tuvo gran influencia, no sólo en la vida diaria, sino en las propias instituciones. De hecho, en muchos pueblos y villas, junto a las asambleas o concejos abiertos, poco a poco surgieron también concejos cerrados, como en Bilbao. En los concejos cerrados no podía participar cualquiera. Por el contrario, rápidamente los parientes mayores conseguirían repartirse tales concejos entre ellos. Con las armas como principal argumento, consiguieron cambiar progresivamente las leyes y, así, sembraron la semilla de lo que hoy en día son los ayuntamientos. En los pueblos se conformaron plenos municipales cerrados integrados por el alcalde y los concejales y la lucha entre los dos bandos se institucionalizó legalmente, en una lucha de poder inestable. A la par, las asambleas populares o concejos abiertos se volvieron marginales, sólo se convocaban para temas muy puntuales, puesto que la potestad para convocarlas quedó en manos de los nuevos ayuntamientos. Había comenzado la era del gobierno aristocrático en muchos pueblos de Bizkaia y Euskal Herriak. Por otro lado, el pueblo llano buscó refugio en la principal institución militar por encima de la nobleza, es decir, pidieron al Señor (quien para entonces era también Rey de Castilla) que pusiera límite al poder y los desmanes de los parientes mayores.

Como vemos, mientras la esencia de los gobiernos democráticos era el pueblo pacífico, la base de los gobiernos monárquicos y aristocráticos fueron siempre las armas y la guerra en nuestras tierras. El instinto del pueblo civil tendía a la democracia; el instinto militar, hacia la monarquía o la aristocracia. Las bases del pueblo llano eran la igualdad, la horizontalidad y la propiedad comunal, las de las elites la jerarquía, el poder y la propiedad privada. No es extraño, por tanto, que en la medida en que en las villas se fue desarrollando una burguesía adinerada y codiciosa, tal burguesía recién nacida y las familias nobles se unieran y se organizaran mano a mano. En la misma medida en que la burguesía rica buscó imitar las costumbres, influencia y apellidos de la nobleza, muchos nobles buscaron introducirse en los negocios, aburguesarse y reunir capital. Lxs burgeses y nobles que supieron adaptarse a los nuevos tiempos lograrían salir adelante y controlar los pueblos, formar la auténtica aristocracia.

Sin embargo, aunque con dificultades, algunas instituciones democráticas, algunos concejos abiertos, lograron subsistir hasta el s. XIX, con sus competencias cada vez más cercenadas, siempre en tensión con las instituciones monárquicas y aristocráticas. Las primeras eran el último escollo para las segundas, y había que hacerlas desaparecer. Y lograron un éxito total gracias a la política liberal burguesa y al nuevo constitucionalismo del s. XIX. En Francia se cortaron las cabezas de algunos monarcas y se pusieron otros monarcas a la cabeza, aunque fuera con el nombre de presidente, y se cortó la cabeza de algunxs aristócratas y otros aristócratas llenaron los parlamentos y demás instituciones -algo similar sucedería algo más de un siglo después en Rusia-. Nobles los primeros, burgueses o nobles convertidos en burgueses los segundos. En España ni siquiera necesitaron cortar cabezas, aunque existieran guerras de poder, y la solución “civilizada” fue duplicar la cabeza, la monarquía (al igual que “tras” el Franquismo, en España lxs aristócratas del viejo sistema han mostrado a menudo ser expertxs en integrarse en las nuevas aristocracias). Por otro lado, los procesos de ambos Estados escribieron también el destino de Euskal Herriak. Abajo, cada vez más abajo, el pueblo, enterrados los últimos vestigios de su soberanía, de la democracia. Hoy en día, con nombre de democracia entre nosotrxs solamente han quedado la monarquía (rey, presidentes, primer ministro, lehendakaris, diputados generales, alcaldes…) y la aristocracia (parlamentarixs, senadorxs, junterxs, concejalxs…) que han aplastado la única verdadera democracia. Dejando a un lado la corona española, hay una única manera de llegar a esa monarquía y a esa aristocracia: los partidos políticos.

¿Qué queremos para el futuro, una Euskal Herria monárquica y aristocrática, o Euskal Herriak democráticas? ¿Instituciones estatales verticales y participación política totalmente restringida, o instituciones democráticas y horizontales soberanas y federadas pueblo a pueblo?

El robo de la democracia (I)

Posted in Anarkismoa, Gizartea, Oroimen historikoa, Politika with tags , , , , , , , , , , , on 2013/01/29 by aselluzarraga

(Euskara)

Los últimos meses he andado dándole vueltas a una idea, esperando el momento de hincarle el diente, y hoy me ha parecido un día adecuado para dar salida a ese retoño, después de escuchar lo que he escuchado en la televisión chilena al hilo de una de esas cumbres que se está llevando a cabo en Santiago de Chile. Al parecer, se ha creado una gran polémica porque según dicen van a nombrar a Raúl Castro presidente de no se qué organización internacional. A cuenta de eso, políticos de partidos ultraderechistas, acaudaladxs ciudadanxs y cabezarapadas de algunos grupos neo-nazis han desfilado de unx en unx por el noticiero de la televisión de ese país, para proclamar, unánimemente, que Raúl Castro es un dictador y que lo de Cuba es una dictadura -además resultaba chistoso, en un país como Chile, escuchar a las mismas personas que justifican o incluso alientan la más brutal represión contra mapuches, anarquistas y todo tipo de disidencia, hablando de violaciones a los derechos humanos-. Igualmente, la mayoría -salvo los neo-nazis- coincidían en proclamar que un país, para ser democrático, necesitaba partidos políticos. No voy a decir yo si Cuba es o no es una dictadura, está claro que no es una democracia, como en breve explicaré, pero, si nos atenemos al verdadero significado de democracia, tal vez nos demos cuenta de que Cuba mantiene espacios más democráticos que todos esos países que suelen tomarse por tales, puesto que las asambleas de pueblos y barrios aún tienen una cierta intervención política en Cuba, mientras que en otros países se hicieron desaparecer hace mucho tiempo todos los vestigios de ese tipo, precisamente para que el sistema actual se pudiera imponer. Y es que la cuestión no es si Cuba, Chile, los Estados Unidos, China, España, Argentina, Venezuela, Francia, Irán, Egipto, Israel… son o no dictaduras. La cuestión es ver si uno solo de ellos es siquiera democrático. Y precisamente eso intentaré aclarar aquí, porque veremos claramente que en la mayoría de ellos, es decir, en todos los que se declaran a sí mismos democráticos, lo que tenemos es uno de los mayores robos de la historia. Porque ellos comenzaron la guerra de los nombres y, hasta ahora, ellos la han ganado.

Para comprenderlo, es muy interesante adentrarse en la historia -en la de verdad, no en esa que se ha escrito para el adoctrinamiento escolar y universitario- y en la filosofía, y echar mano de los nombres y definiciones que han tenido los distintos sistemas políticos desde que comenzaron a escribirse las primeras teorías políticas. Me temo que pueda salirme un artículo demasiado largo, y por eso voy a dejar de lado varios temas marginales que me rondan por la cabeza y voy a intentar limitarme a los puntos más importantes. El/la lector/a me perdonará que no de las citas concretas de los autores que traeré a colación, creo que es labor de cada cual investigar por sí mismx la posible verdad que hay tras cualquier cosa que lea. Por desgracia, leer filosofía de primera mano está muy denostado -con toda intención denostado, de hecho- en nuestra cultura actual, y nuestro conocimiento se suele limitar a la poda que nos inculcan en las escuelas. Ante ello, quisiera animar a el/la lector/a a leer completos los textos históricos de la filosofía, pues creo que son imprescindibles para entender mejor de dónde vienen y cómo se han transformado o deformado nuestra sociedad actual y las ideas, conceptos y “verdades” imperantes hoy en día. El presente artículo tan solo reflejará mi opinión temporal, y más recomendable que limitarse a ella es que cada cual tenga a mano todas las herramientas para forjarse su opinión completa, pues cada unx interpreta a su manera lo que lee.

Hecha esa observación, entraré en la división de sistemas que han realizado los principales pensadores que han escrito históricamente sobre filosofía política. Así, empezando desde Platón, en su República, y siguiendo con Aristóteles, en su Política, encontraremos tres sistemas principales: democracia, aristocracia y monarquía. Igualmente, los filósofos clásicos y sus continuadores también mencionaron las desviaciones o degradaciones de esos tres sistemas: demagogia unas veces, anarquía otras, en cuanto a la democracia, oligarquía, para la aristocracia, y tiranía, en cuanto a la monarquía. Platón y Aristóteles, y la mayoría de los teóricos que vinieron tras ellos, como Maquiavelo, Hobbes, Locke o el mismo Rousseau, cada cual según sus razonamientos y con todos los matices que se quiera, no fueron muy proclives a la democracia. De hecho, Platón y Aristóteles siempre despreciaron al pueblo. No es raro, si tenemos en cuenta, por ejemplo, y sobre todo para Platón, que trabajar -especialmente ser asalariadx- era cosa de siervxs, no de personas libres, y consideraban totalmente legítimo tener esclavxs y que, siguiendo sus visiones éticas y filosóficas, consideraban ignorantes y hasta brutxs al pueblo llano, trabajadorxs y campesinxs. Así, en la dictadura perfecta diseñada por Platón, osea, en su república, los filósofos estaban llamados a gobernar, tomando como baluarte lxs guardianxs o guerrerxs que debían vivir en una muy especial y obligatoria forma de comunismo, y el engaño y la manipulación eran armas imprescindibles para gobernar al pueblo y que éste se conformara con su suerte. Aristóteles era más flexible, y aunque se posicionara más hacia la aristocracia y no fuera muy devoto de la democracia, su Política era principalmente un método para hacer perdurar al Estado, cualquiera que fuese su sistema político -en cuanto al rol de las mujeres, en cambio, al contrario de la posición favorable a la igualdad mostrada por Platón, la política de Aristóteles estaba guiada por una misoginia total-. Algo similar hizo siglos más tarde Hobbes en su famoso Leviatán: aunque él apoyara claramente la monarquía absoluta y toda su teoría fuera tejida para justificarla, el objetivo principal era el propio Estado, y así, denigró sin paliativos cualquier menoscabo del Estado, fuera su gobierno monarquía, aristocracia o democracia -los dos últimos incluidos en el grupo de asambleas soberanas-.

Pero, ¿en qué consistían esos tres sistemas principales? En los textos de todos los teóricos de la historia, veremos que al definirlos todos coincidían… hasta que en el s. XVIII la burguesía liberal o ilustrada robara la Revolución Francesa al pueblo, impusiera su doctrina, dominante aún hoy en día, y llevara a término una prostitución sistemática de los nombres.

Así, para Platón, Aristóteles, Maquiavelo, Hobbes, Locke y Rousseau, por seguir las teorías de los antes mencionados, democracia era el gobierno a través de asambleas soberanas de toda la ciudadanía. Para que tal gobierno sea democrático, debe estar abierto a absolutamente todxs aquellxs que tengan la ciudadanía, y en tales asambleas deben participar todxs en igualdad. Otro tema es a quién se le reconoce la ciudadanía y, por tanto, el derecho a participar en la política democrática. La aristocracia, en cambio, a pesar de ser un sistema también asambleario, se limita a la participación directa de unxs pocxs. Es decir, es el sistema político basado en la participación política de algunxs de lxs que tienen ciudadanía, de una minoría. Quienes participan en el gobierno, osea, lxs aristócratas, pueden ser elegidos por el propio pueblo o, a consecuencia de una degradación del sistema, puede basarse en el derecho hereditario de quienes se escogieron en un cierto tiempo, entre otras formas. También existieron otros modos de limitar el derecho a participar, como poseer una riqueza mínima. Por tanto, originalmente y de por sí, la aristocracia no está ligada a los títulos de nobleza y es el gobierno de “lxs mejores”. Originalmente, el propio pueblo debía elegir quiénes eran “lxs mejores”, en base a las habilidades y virtudes de lxs candidatxs. Por último, la monarquía es el gobierno de una sola persona. Puede aceptar la existencia de asambleas, por ejemplo, para aconsejar, pero la potestad para tomar la decisión final reside en el/la monarca o en quien él/ella delegue.

Igualmente, en aquellos mismos primeros trabajos teóricos de Platón y Aristóteles se veía claramente que el eje fundamental en los tres sistemas es la tensión entre lxs de arriba y lxs de abajo, es decir, entre ricxs y pobres. Así, en principio, la democracia estará más ligada a lxs pobres, y la aristocracia y la monarquía a lxs ricos. Los filósofos clásicos vieron con nitidez que la razón principal de desestabilidad política era el choque de intereses de ricxs y pobres. En ese punto, es especialmente interesante el trabajo de Aristóteles, puesto que investigó las razones para que cada sistema se desintegrara. De este modo, aunque su objetivo fuera otro, podemos sacar una conclusión: la principal razón para que la democracia quede en manos de la demagogia (actual populismo) y dé el salto a la tiranía es la permanencia de la propiedad privada, es decir, de la desigualdad económica. Eso, a su vez, nos lleva directamente a otra conclusión: la democracia sólo puede persistir si se establece el comunismo económico y, por tanto, una vez establecida aquella, hay que dar también el paso de la abolición de la propiedad privada. El anarquismo, el comunismo libertario principalmente, vio esa realidad claramente.

Entre los autores citados, Aristóteles y Rousseau coincidirían, más o menos, en cuanto a la democracia, al menos teóricamente: podría ser el más bello sistema, pero es imposible. En palabras de Rousseau, la democracia sólo es posible entre dioses. Así, dando la democracia por inalcanzable, entre líneas ambos se decantaron en favor de la aristocracia.

Casualmente, fueron Rousseau y su Contrato social quienes fijaron el norte a la burguesía liberal o ilustrada. Cuando la burguesía y una buena parte de la nobleza francesa hicieron uso de la fuerza del pueblo y, al igual que el partido bolchevique en la posterior Revolución Rusa, decidieron dónde había que poner freno al impulso popular -entre otras cosas, denominando anarquistas a los sans-culottes que querían ir más allá e instaurar una democracia-, dando por finalizada la Revolución Francesa, tuvieron que diseñar el sistema político, social y económico a su medida. De hecho, tal era la única intención que albergaron desde un principio para empujar a la revolución: desarticular un sistema político que había quedado obsoleto e instaurar un sistema más moderno, más adecuado para el capitalismo en ciernes, para que sus negocios florecieran más fácilmente y poder llevar a cabo la industrialización sin que el pueblo la obstaculizara.

Efectivamente, casi todos los sistemas que existieron hasta entonces, tal y como reconocían la mayoría de los teóricos, eran mixtos. En casi todos se mezclaban componentes democráticos, aristocráticos y monárquicos, según la historia de cada pueblo, más o menos escorados hacia la democracia, hacia la aristocracia o hacia la monarquía. Así, en casi toda la Europa feudal, en muchos periodos históricos existieron instituciones democráticas en las asambleas o concejos abiertos de muchos pueblos y ciudades, instituciones aristocráticas en muchos pueblos y ciudades, a veces incluso coexistiendo en los mismos, en las asambleas o concejos cerrados y en algunas cortes y parlamentos, e instituciones monárquicas de la mano de los reyes y reinas, duques y duquesas, príncipes y princesas o señores y señoras de cada país.

Sin duda, tales sistemas mixtos significaban un gran escollo para la burguesía y la nobleza ilustrada. Por un lado, la monarquía ponía un techo desde arriba a sus deseos, y en su mano quedaban la recaudación de impuestos, la labor legislativa y el control de los principales ejércitos, entre otras cuestiones. Por otro, las asambleas y concejos abiertos también les ponían límites desde debajo, principalmente, porque unida a la soberanía de las asambleas abiertas estaba la propiedad comunal de muchas tierras, y para llevar adelante la industrialización existía demasiada mano de obra ligada aún al mundo rural, y si no conseguían acumular la propiedad de la tierra en pocas manos esa población no daría el paso del campo a la ciudad. Había que terminar con las dos a la vez y, para eso, el sistema político formal ideal era el sugerido por el propio Rousseau: la república aristocrática. Pensado y hecho, aunque en muchos casos no tuviera grandes problemas para convivir con vestigios de monarquías, puesto que el principal obstáculo no estaba por arriba, sino por abajo. Sin embargo, lo del nombre tenía tela. De hecho, los últimos siglos la palabra aristocracia se había ido viendo cada vez más ligada a la nobleza, y se suponía que la revolución había eliminado los privilegios de la nobleza, es decir, la aristocracia misma en el vocabulario de la época. Por tanto, el pueblo que había puesto su sangre para destruir el viejo sistema, difícilmente iba a tragar un sistema político que llevara el nombre de aristocracia y, además, eso habría dejado al desnudo que el poder se repartiría entre unos pocos y que se pretendía eliminar los últimos vestigios de democracia para siempre. La intención de una aristocracia formal quedaba muy alejada de los objetivos que el pueblo había tenido para empuñar las armas, y en la memoria histórica popular la experiencia de combatir al poder y ganarle por las armas estaba aún demasiado cercana. Los ilustrados debían hacer creer a la ciudadanía humilde, disfrazándolo bajo esas bellas palabras de “libertad, igualdad y fraternidad”, que darían democracia al pueblo, y ganándose esa confianza necesitaban tiempo para desermarlxs a todxs. El enemigo principal de los recién nacidos Estados-Nación estaba dentro de casa, y eso lo sabían demasiado bien lxs nuevxs aristócratas.

De modo que lo arreglaron muy fácil: cambiar el nombre a lo que hasta entonces todas las teorías habían llamado aristocracia, bautizarlo como democracia y, con el tiempo, por si acaso, a ese nombre añadirle el adjetivo “representativa” o “parlamentaria”, no fuera que algunx reivindicara la verdadera democracia…, y listo.

Por otro lado, no eran tontxs del todo, y los pensadores liberales de la época, además de sus propios intereses de grupo contrapuestos, tuvieron claro que para algunas cuestiones necesitarían a lxs pobres de su lado, y para otras cuestiones a lxs ricxs. Osea, que el auténtico choque que perduraría en la base de la sociedad para siempre sería aquel entre los intereses de pobres y ricxs, puesto que la propiedad privada jamás se cuestionaría, siendo el principal interés de la ilustración burguesa desarrollar el capitalismo. De esta manera, y esto también es bastante gracioso, en aquella misma revolución guiada y manipulada por la burguesía comenzó el juego de partidos. En aquella época, principalmente, girondinos y jacobinos, y más adelante todos los partidos que irían surgiendo y dos bloques principales: la izquierda y la derecha (cualquiera que sea el nombre que adopte una u otra). Una basada en un discurso más o menos favorable a lxs pobres, la otra favorable a la libertad de enriquecimiento ilimitada. Todo esto dicho muy esquemáticamente. Y digo gracioso, o irónico, porque la mayoría de quienes defendieron y defienden tal sistema han utilizado a Rousseau como base para defenderlo. Y, ¿qué escribió Rousseau sobre los partidos? Precisamente, que son puramente negativos. Es decir, que crear partidos y participar en la política en base a tales partidos es un violento ataque contra las libertades. Asimismo, en su famosa obra, también escribió que donde el representado puede decidir sobra el representante, haciendo de vez en cuando guiños a la democracia. Por otro lado, también señaló que, para poder llamar contrato social o pacto social al contrato social -puesto que a muchxs fervientes defensorxs del sistema actual les gusta decir eso de que vivimos dentro de un contrato social-, deben tener modos para poder revisar, cambiar o romper en cualquier momento tal contrato social, o, si no, que lxs ciudadanxs que estén en contra de “firmar” -aunque sea simbólicamente- tal contrato social, deben tener opción para abandonarlo. Es decir, que no se puede dar por supuesto que un/a ciudadanx, por haber nacido en una determinada época y bajo un determinado contrato social, sin más, haya firmado ese contrato o que esté conforme con él, y, por tanto, que todxs lxs ciudadanxs deben tener la manera de mostrar en cualquier momento su conformidad o disconformidad y la vía para liberarse del contrato.

De este modo, para el s. XIX, los ideólogos principales habían enterrado todas las teorías políticas vigentes hasta el s. XVIII y a la que era una aristocracia de partidos habían comenzado a llamarla democracia, democracia parlamentaria o democracia representativa, repitiendo la misma cantinela hasta nuestros días, desde la cuna hasta la tumba. Así pues, no es de extrañar que, después de que se consumara ese robo de la democracia, el francés Proudhon, en su memorable obra Qué es la propiedad, a la pregunta de “¿qué eres tú?” respondiera “soy anarquista”, y que, a partir de entonces, todxs lxs anarquistas denigraran la democracia. No escogió el nombre casualmente, no. Seguramente, Proudhon sabía bien que muchos que, al igual que la nueva aristocracia de su tiempo, es decir, al igual que quienes se tenían por “demócratas”, odiaron la democracia antes, también llamaron anarquía al sistema basado en el poder del pueblo y en la igualdad política, y que trataron de anarquistas a lxs pobres y trabajadorxs que en otras épocas reivindicaron la democracia. Así, a partir de entonces, lxs anarquistas han denostado la “democracia”, es decir, la aristocracia de partidos o partitocracia, en nombre y en honor de la democracia. De la misma manera, la mayoría de lxs enemigxs de la democracia alaban la “democracia” para con ello negarla. Lxs anarquistas, además, vieron claro que para que la anarquía, o dicho de otro modo, la democracia, sea viable, hay que recuperar la propiedad comunal. Es decir, que la participación política igualitaria de todxs lxs ciudadanxs y la igualdad económica son inseparables, porque la ausencia de una vuelve imposible la otra. Y que para eso, entre otras cosas, también deben desaparecer todas las clases sociales. En efecto, Platón, Aristóteles, Maquiavelo, Hobbes, Rousseau y toda la Ilustración eran enemigos, más fervientes unos, más tibios otros, pero enemigos después de todo, de la democracia porque se oponían a la desaparición de las clases sociales, del abismo entre ricxs y pobres, del muro entre propietarixs y trabajadorxs.

Así, si examinamos el sistema político formal de ésas que hoy se proclaman democracias, veremos claramente que posee todas las características de la aristocracia y, en la mayoría de los casos, de su desviación o degeneración, la oligarquía. Para empezar, nada ha quedado de democrático, puesto que no queda una sola institución a través de la cual todxs lxs ciudadanxs puedan participar directamente y sin representaciones en los debates y decisiones políticas, desde que las constituciones liberales (en lo que nos toca, la de Cádiz de 1812) utilizaran todas las herramientas a su alcance para hacer desaparecer los últimos concejos abiertos y las últimas tierras comunales y consiguieran su objetivo. Por otro lado, a todos los niveles, sean ayuntamientos, juntas generales o parlamentos, la única forma de participar es haciéndolo a través de partidos políticos, con contadas excepciones -en algunos casos, como en ayuntamientos, también se aceptan listas electorales o independientes-, es decir, que hay que pasar un filtro, primer rasgo aristocrático, y , como bien expresó Rousseau, primer recorte a la libertad individual, puesto que la multiplicidad de ideas y opiniones queda diluida en un conjunto uniforme, impuesta la disciplina de partido en muchos casos. Además, aún estando dentro de un partido, la única manera de participar en las instituciones es ganarse un escaño en una votación, osea, que la ciudadanía, sin tener ningún mecanismo para auto-representarse directamente, a falta de otra opción, opine que tú eres unx de lxs mejores. Así, de las elecciones surgen asambleas aristocráticas clásicas, sean estas asambleas plenos municipales, juntas generales, parlamentos, o senados. Por si eso fuera poco, los partidos, para poder presentarse, deben cumplir unas leyes creadas ex profeso, conseguir un número mínimo de firmas y, en la mayoría de los casos, acumular y probar un mínimo patrimonio económico. Por tanto, la aristocracia de partidos conlleva una serie de filtros para poder llegar a las instituciones del poder formal. Ni qué decir para llegar a la presidencia de países como los Estados Unidos, donde, como es sabido, las elecciones suelen ganarse en base a la cantidad de dinero que se consigue reunir. Además, los partidos suelen estar en manos de determinadas familias y clanes, aunque en ocasiones existan formas aristocráticas de elegir los altos cargos, y, así, a la luz de la mayoría de las teorías políticas clásicas, podemos decir con total corrección que, formalmente, todos los sistemas políticos de nuestro entorno o casi todos son oligarquías de partido.

Quiero subrayar lo de formalmente, puesto que la aristocracia de partidos, oligarquía de partidos o, la palabra más adecuada para recoger todo el concepto, la partitocracia tan solo es un sistema político formal. A eso hay que añadirle que, por más que la ciudadanía elija a unxs u otxs aristócratas, el verdadero poder fáctico siempre ha estado en manos de elites militares y económicas -en la mayoría de los casos ambas a la vez, elites económico-militares- que jamás son elegidas. Así que, se mire por donde se mire, podemos decir que en Europa los últimos vestigios de democracia desaparecieron en el s. XIX y que, casualmente, en la misma época se llevó a cabo la prostitución o robo de nombres aquí explicada, para que la aristocracia se convirtiera, de nombre, que no de hecho, en democracia. En un próximo artículo, analizaré en un caso concreto los pasos de la democracia a la aristocracia: el robo de la democracia en las instituciones de Euskal Herriak y, más concretamente, de Bizkaia.

Jatorrizko herri ahaztuak – Pueblos originarios olvidados

Posted in Jatorrizko herriak - Pueblos originarios, Oroimen historikoa with tags , , , , , , , on 2010/05/22 by aselluzarraga

Buenos Aireseko lagun batengandik jaso dudana kopiatuko dizuet hemen, jaso dudan bezalaxe.

Os copio aquí tal cual lo que he recibido de un compa de Buenos Aires.

NUESTROS HERMANOS ORIGINARIOS HAN LLEGADO EL DIA 20 DESDE TODOS LOS PUNTOS DEL PAIS. MAS DE VEINTE MIL HERMANOS DE DIFERENTES COMUNIDADES HAN TENIDO QUE VENIR  AL CENTRO POLITICO DE LA ARGENTINA.   EN SU VIAJE HAN SOPORTADO VERGONZOSAS SITUACIONES COMO EL VALLADO POLICIAL DE UNA PLAZA EN SALTA, ACTO COBARDE Y VERGONZOSO, SEGURAMENTE DE UN FUNCIONARIO QUE LE CUESTA DIFERENCIAR SU INTERESES EMPRESARIAL DE CARGO PUBLICO/POLITICO, UN ASCO!!!!!

NUESTROS HERMANOS HAN VENIDO A PEDIR LA DEVOLUCION DE LA DIGNIDAD PARA TODOS, LA DEVOLUCION DE DERECHOS ESCENCIALES, LA NECESIDAD DE PONER FIN A LA VIOLENTA CONTAMINACION DE TIERRA , AGUA Y AIRE A CAMBIO DE NEGOCIOS MULTIMILLONARIOS PARA POCOS Y MUERTE PARA LOS NUESTROS, HAN VENIDO A PEDIR LA DEVOLUCION DE SUS TIERRAS , USURPADAS POR COBARDES DEL PODER , HAN VENIDO A PEDIR QUE SE DEJE TRASCENDER SU CULTURA Y NO NO SE SIGA SILENCIANDO COMO ESTA PASANDO EN LA CALLE, EN LAS ESCUELAS EN LA UNIVERSIDAD,  PIDEN QUE SE HAGA CONCIENCIA Y SE ERRADIQUE EL CINICO FESTEJO DEL 12 DE OCTUBRE, PIDEN POR EL FIN DE LA VIOLENCIA, GATILLO FACIL, DESAPARICIONES , EN SUS COMUNIDADES HA HABIDO CENTENARES DE CASOS, LOS MAS ALLEGADOS  SON   ENTRE OTROS  LUCIANO GONZALEZ EN CORCOVADO CHUBUT, HASTA HOY DESAPARECIDO Y ATAHUALPA MARTINEZ VINAYA EN VIEDMA RIO NEGRO.

ES UNA VERGUENZA QUE NUESTROS HERMANOS TENGAN QUE VENIR , MOVILIZARSE , LLEGAR CON VARIOS DIAS DE VIAJE A LA CAPITAL POLITICA DE LA ARGENTINA A PEDIR POR LO QUE LE CORRESPONDE NATURAL Y LEGALMANTE , ESTO DA ASCO  Y NO PUEDE HACERSE UN FESTEJO FRENTE A ESTE ABANDONO HISTORICO.

PARA ACOMPAÑARLOS  POR EL OTRO BICENTENARIO
TODOS EL 24 DE MAYO A LAS 10HS  A LA PLAZA DE LOS DOS CONGRESOS

PARA MAS INFORMACION  ENTRA   A   www.elotrobicentenariodelospueblos.blogspot.com

El conflicto winka y la propiedad

Posted in Anarkismoa, Ekonomia, Gizartea, Jatorrizko herriak - Pueblos originarios, Oroimen historikoa with tags , , , , , , , , , , , on 2009/10/17 by aselluzarraga

Antes de nada hare una breve aclaración terminológica, al hilo de lo que ya hace unos meses escribía en euskera sobre el uso perverso de la lengua (quizá un día me anime a traducir ese artículo, pero no prometo nada). Estamos acostumbrados a escuchar en los medios hablar del “conflicto mapuche”. Sin embargo, teniendo en cuenta que hoy la Araucanía es parte del Estado chileno, fruto de lo que se llamó la “pacificación de la Araucanía”, y si los supuestamente pacificados, los mapuche, vivían ya entonces en paz, y quien está en paz no necesita ser pacificado, es obvio que el conflicto que hoy se vive fue generado por quienes violentaron esa paz, por el Estado chileno, y por tanto el conflicto es causa del winka, y no del mapuche. Así que, en primer lugar, llamemos a las cosas por su nombre y hablemos del conflicto winka.

Pasando al asunto que quería tratar, el otro día escuchaba en CNN Chile al ministro Viera-Gallo hablar del conflicto en cuestión. El 90% de su discuso sonaba bien, para ser un ministro del Estado chileno quien argumentaba. Viera-Gallo admitía que fue el Estado Chileno quien, tomando por suyas unas tierras que los mapuche utilizaban para su desarrollo, las regaloó a colonos holandeses, alemanes, españoles…, y que por tanto, esas tierras en justicia pertenecían a las comunidades mapuche. Sin embargo, después de dejar tan nítido que se trató de un robo por parte del Estado y un regalo ilegítimo a personas con el claro objeto de colonizar, a la hora de explicar la dificultad de subsanar el daño, tropezó con un concepto que es el padre de toda la estructura estatal actual: la propiedad. Según el ministro, para una posible solución entraban en conflicto dos derechos: el derecho del pueblo mapuche a disfrutar de las tierras que siempre le dieron sustento, y el derecho de propiedad de los colonos, puesto que ellos contaban con títulos de propiedad legales entregados por el Estado chileno. Eso, que a simple vista a muchos les parecerá realmente un conflicto de derechos, no puede de ninguna manera ser tratado como tal, y menos en pie de igualdad. ¿Por qué? Sencillamente porque la propiedad no es un derecho, sino un privilegio otorgado por el Estado y mantenido de forma coercitiva, violenta, al cual el derecho legítimo no puede enfrentar en igualdad de condiciones.

Este ejemplo le habría sido muy útil a Proudhon para ilustrar lo que hace ya siglo y medio defendió brillantemente en su imprescindible obra, ¿Qué es la propiedad?, cuya lectura recomiendo encarecidamente. No voy a repetir aquí la impecable argumentación que el anarquista francés utilizó para, uno por uno, desarmar todos los argumentos que históricamente, desde el derecho y desde la economía, se han utilizado para definir y justificar la propiedad; no es necesario ante un caso tan claro. La tesis de Proudhon se resumía en una escueta frase: la propiedad es el robo. ¿Necesitamos un ejemplo más claro para corroborar su aparentemente provocativa sentencia? El caso del conflicto winka es bien claro, y demuestra además por qué todos los Estados se aferran a perpetuar la mentira del derecho de propiedad: la propiedad es la base misma de la existencia del Estado, puesto que el Estado no es sino el propietario máximo de una porción de terreno de este planeta. Abolir la propiedad significa abolir el Estado, por no ser más necesario, pues no hay propiedades que gestionar desde arriba. Como el Estado no puede suicidarse, debe aferrarse con uñas y dientes a un concepto que, claramente, es enemigo de la justicia, de la igualdad, de la libertad y de la seguridad. La propiedad es el “derecho” por el que se conculcan todos los demás y, sin embargo, el más defendido y amparado. Tal vez porque, siendo ilegítimo, necesita de toda una parafernalia legal y coercitiva para protegerlo, disfrazarlo y hacerlo aceptable por la sociedad. Veámoslo en el caso que nos ocupa.

Un pueblo pacífico vive ocupando una tierra que le da lo que necesita para vivir. Este pueblo sólo se organiza de forma bélica cuando su paz es amenazada y su sustento puesto en peligro. Después de resistir a cuantos quisieron despojarle de sus derechos y someterlo a la esclavitud o la extinción, llega por fin el Estado que, decidiendo que desea esas tierras para su mayor gloria, violenta a ese pueblo y después lo “pacifica”, lo somete y lo “integra” en su sistema legal y administrativo. A partir de ahí el Estado se constituye en propietario de esas tierras y legitima, bajo esa propiedad, el robo de lo que no utilizaba y era ocupado y dominado por otros. El derecho de propiedad del Estado, por tanto, se basa en la conculcación del derecho de posesión anterior (aclaro que posesión y propiedad son terminos contrarios: yo poseo la casa en la que vivo, pero siendo arrendatario, es otro, que no la posee, quien tiene la propiedad de ella y quien saca un beneficio, una renta, de mi posesión en favor de su propiedad) del pueblo mapuche. Una vez perpetuado el robo y sancionado mediante la propiedad, el Estado es dueño de hacer con el territorio lo que quiera, de modo que decide, no ya vender, sino regalar bajo títulos de propiedad parte de ese territorio robado a colonos para asegurarse que esas tierras no son recuperadas. Los nuevos propietarios se hacen gratuitamente con un “derecho” sobre algo previamente robado, son los complices, consciente o inconscientemente, del robo.

Ahora que al Estado se le complica la situación, por las legítimas demandas de quienes fueron historicamente robados por él, y sobre todo desde que esas demandas se han empezado ha hacer de forma violenta, piensa en la situación. El problema es que los Estados, con su actuar, siempre se crean problemas mayores porque ahora, según las leyes que él mismo inventa, existe, frente a un pueblo con demandas legítimas, con un derecho a usar para su sustento unas tierras que por voluntad jamás quiso dejar de usar, el “derecho” de propiedad de los terratenientes. Enredado en su propia incompetencia, piensa como solución ir comprando esas tierras para entregarlas a las comunidades a quienes les fueron robadas. Es obvio que la propiedad se basa en el rendimiento, uno es propietario para que su propiedad le rinda, le dé beneficio, así que los propietarios esperan, no ya el beneficio que hasta ahora durante larguísimos años les ha aportado algo que recibieron gratuita e ilegítimamente, sino el beneficio futuro, el rendimiento que esas tierras les daría de seguir siendo propietarios, la capitalización de la propiedad. Ningún propietario renuncia voluntariamente al mayor beneficio posible. De modo que, el Estado, debe robar al pueblo, vía impuestos, reduciendo de otros gastos, para dar satisfacción a las demandas de los propietarios y comprar unos terrenos que en su día regaló.

Por supuesto, el tema es más complejo porque algunos de los propietarios actuales no son los que recibieron como regalo las tierras, sino que en su día pagaron por ellas, adquirieron la propiedad por compra. En ese caso podría pensarse que es legítimo que pidan un precio por ellas, ¿no? Pues no lo creo así. Esos compradores compraron algo robado, aunque no lo supieran, y durante todos los años que han sido propietarios han tenido ocasión de recuperar, por la rentabilidad de la propiedad, el dinero de la compra y sus posibles intereses. Ya se han beneficiado de lo que compraron y no merecen indemnización alguna. De hecho, tanto los colonos originarios (y sus descendientes) como los posteriores compradores, en los casos en que los haya, han obtenido de la sociedad un beneficio mayor y deberían considerarse más que pagados por el uso y abuso de su propiedad ilegítima todos esos años.
Pero entonces, ¿qué hacer? ¿Dejarlos sin sustento, incluidos esos pequeños propietarios que realmente actuaron de buena fe y a duras penas sobreviven de lo que las tierras les dan? ¿Para subsanar una injusticia cometer una nueva? Eso suele hacer el Estado generalmente con los problemas que él mismo genera. Sin embargo, una solución anarquista y justa sería, esquemáticamente, la siguiente: de acuerdo con las propias comunidades mapuche, dar la oportunidad a los actuales propietarios a que, renunciando al título de propiedad, posean la cantidad de tierra de la que ellos mismos, individual o colectivamente, sin explotar ni hacer uso de terceros, puedan sacar su sustento, dejando libre uso de todas las demas tierras a las comunidades mapuche. A aquellos propietarios pequeños, humildes, cuyo único error es querer subsistir en un mundo monopolizado por la gran propiedad y haberlo hecho adquiriendo unas pocas de esas tierras, debiera dárseles la oportunidad de seguir poseyendo las tierras que puedan trabajar, o colectivizar sus tierras con otros pequeños propietarios o con las propias comunidades mapuche. Eso puede hacerse en las tierras actualmente ocupadas, o haciendo un nuevo reparto según las necesidades de todas las partes y por mutuo acuerdo. En cualquier caso, todos los títulos de propiedad, basados, como dije, en el robo, quedarían sin valor legal, y todas las tierras que los antiguos propietarios no pueden trabajar por sí mismos y exceden a su sustento serían de nuevo poseídas por los mapuche para su propio desarrollo social y comunitario.

Para aquellos que, tal vez viendo que el enorme negocio que poseían y su capacidad de explotar el trabajo ajeno se difuminan de este modo, no quieran la posesión de ninguna tierra, no puede existir en modo alguno indemnización. ¿Cómo indemnizar por desposeer a alguien de algo que, no sólo no le costó nada, sino que le rindió beneficio durante largo tiempo? El Estado, en todo caso (ya que aún estamos lejos de su abolición), debería encargarse de calcular si, aquellos que compraron propiedad de buena fe, han recuperado en esos años lo que pagaron, y si son capaces, mediante sus recursos actuales, una vez desposeídos de la tierra, de comenzar una vida digna en otro lugar. En el caso de que lo que pagaron no haya sido recuperado o estas personas no tengan recursos para comenzar una nueva vida digna, sería responsabilidad del Estado subsanar esas carencias, pero sólo esas. Lo que es realmente de locos, y deja bien al descubierto la falta de justicia e igualdad en las leyes y en un sistema económico basado en la propiedad y el capital, es comprar por cantidades millonarias unas tierras que fueron robadas y entragadas gratuitamente a quien posee cuentas bancarias más millonarias aún, fruto de la explotación y el robo.

Desde unas bases anarquistas, horizontales e igualitarias, no es difícil dar a cada cual lo que es justo y posibilitar una convivencia cultural que permita a cada comunidad su propio desarrollo. Cuando el ánimo de lucro desaparece nacen la justicia y la ayuda mutua. La propiedad mata a ambas.